Gastronomía, Naturaleza, Relatos viajeros, Varios

La costa del volcán Etna en Catalania

 

No es el sonido de las olas lo que escuchas. Si hace olas, pero no es un mar de olas. El sonido de sus aguas no lleva el ritmo de una ola larga, que va de menos a más… en la que interpretas la caída de la ola, una y otra vez, con ritmo, con fuerte secuencia que termina contra la arena. La costa de Catania no es así, su melodía está orquestada por el Etna.

Es un mar que se enfrente, choca con piedras, con rocas… con lava. Un continuo enfrentamiento de mayor y menor intensidad, choques arrítmicos o mejor dicho, a otro ritmo, uno que culmina con desafío a las piedras; ese golpe lo escuchas debajo de tus pies, frente a ti, a veces muy cerca, a veces muy lejos. Es continuo.

Las piedras y enormes rocas en la orilla de la playa, ofrecen otra forma de vivir el mar, tomar el sol, comer, jugar en lo orilla. Se vuelven en algunos tramos, playas privadas, abrazadas por grupos de amigos o familias que se reúnen en una piedra específica, una que por sus características se vuelve la mesa, o el trampolín, o el calostro.

Los grupos de chicos, sobre todos los que gustan de aventarse una y otra vez, durante horas al agua, desde el punto más alto posible, lo hacen con zapato deportivo puesto. Se vuelven expertos, rápidos y atrevidos entre el caminar y dominar los terrenos de que fue resultado de las expulsiones de lava del volcán Etna.

Es lava de muchas de las erupciones que hoy, al paso de miles de años, han formado, por ejemplo, el archipiélago de las Islas del Cíclope, (ya les contaré otro miércoles, sobre la leyenda que encierran estas islas), que además, acentúan el Castillo de Acicastello, Acicastello es un pueblo pesquero a ocho kilómetros de la ciudad; este Castillo está sobre una de esas rocas gigantes que ha salido por uno de los tantos cráteres de la montaña.

Un día, me fui a caminar por toda la costa, para saber hasta dónde llegaba, para ver qué había y cómo era la costa; buscando sorpresas y deseando encuentros. Caminando para acércame a intimar, al menos un poco, a lo que representaba la costa para el pueblo, su mar y gente y ese todo que recaía en el Etna.

Una de esas sorpresas, la había visto un día antes por la noche, cuando regresaba del centro. Plataformas como las que usan para los escenarios de conciertos. Fierros que levantaban y soportaban un piso de madera, color claro,  rodeada de los mismos fierros como barandal. Cerca de quince metros de piso que contaba con regaderas y en algunos casos, desniveles. Todas estas plataformas, con una o dos escalinatas que desembocaban en el mar; espacios construidos a la orilla de la playa para tomar el sol, públicas y privadas.

Por lo que miré, en esta ciudad sí les gusta tomar el sol, en estos sitios, no se contaba con algún centímetro de sombra, era claro que el objetivo es estar abierto a los rayos del sol. Toalla y listo. Me impacto el nivel de bronceado y el tiempo que le dedican, es  pues, parte del estilo de vida. Viven y gustan de la playa de Catania, de los cuarenta centímetros que ese día estábamos recibiendo encima, con una humedad que, al menos a mí, me provocaba no salir del mar.

Son aguas del Golfo Catania, está en una ensenada  de aproximadamente cincuenta kilómetros de largo. En el norte, están las rocas, registrando esa lava erosionada, haciendo, de hecho en varias de sus múltiples curvas, rincones únicos. Rocas personalizadas. En el sur, la playa es de arena por dieciocho kilómetros que se vuelven a convertir en rocosa, principalmente con caídas al mar. Principalmente, definida por el Etna, la montaña con carácter de volcán.

 

Deja un comentario