Es como ir de copiloto en un carro. Viendo todo el camino en una ruta, hacia enfrente, sin semáforos ni tráfico, a una velocidad continua. Ruidoso si, pero no es molesto, a veces el mismo sonido arrulla, distrae, despeja la mente; acaba por gustar el sonido que generan los fierros que lo mueven, que le dan velocidad y movimiento. Ofrece un panorama completo, variado y siempre entretenido de los alrededores. No sirve de nada tener prisa; es el momento único del traslado, de estar entre un lugar y otro.
Un transporte que lleva y trae, recoge y deja, acerca y aleja. Incluso te permite perderte viendo por la ventana; un servicio que puede estar entre la ciudad, entre su gente y sin mucho problema dejarla atrás, desertando de una realidad para entrar a otra.
Los silencios se convierten en conversaciones personales, monólogos que van desde recordar la lista de pendientes; las ganas de encontrar una chamarra verde militar, con gorro posiblemente y que sea medianamente larga, para usarla con faltas y vestidos; recordar que se casó la Paloma con su novio de la universidad, años de enamorados; pensar en que debo hacer más ejercicio, porque caminar y moverse en la bicicleta no es suficiente, pero siempre digo lo mismo, ¿por qué no podré ser constante? Me cuesta serlo, caray.
Esos silencios enfrentan pensamientos con sentimientos, y en un traslado se vuelve inevitable. En más de un vagón han quedado un par de lágrimas. No siempre tienen una razón de fondo, las emociones se mueven tan como el tren en la ruta, o bien, todo lo contrario, pero está claro que existe un proceso inconsciente de reflexión.
Observar es un elemento que el ferrocarril despierta. No es morbo, es curiosidad y ojalá pudiera hacerlo sin caer en la imprudencia o grosería, pero la gente es tan variada en un tren que se vuelve entretenido. Desde cómo se visten, qué leen, qué escuchan, hasta cuando hay estudiantes que es más común la variación de idiomas, ya no el catalán o inglés, sino francés, ruso, alemán y hasta serbio, portugués o chino. En más de una ocasión he entendido, en lo general, una conversación en otro idioma, esto no sólo tratando de entender lo que dicen, sino observando cómo lo dicen.
No recuerdo la primera vez que subí a un tren, en Baja California no hay tren de pasajeros como los Renfe de España, con cercanías y distancias medias, largas o internacionales, aunque si cuenta con un tren turístico de Tijuana a Tecate, que si bien se construyó a principios de 1900, y después de décadas de abandono, hace tres años se reabrió el servicio con una ruta de 92 kilómetros de ida y vuelta; la realidad es que no crecí con él y tampoco representa la identidad de la ciudad como pueden ser algunos otros ferrocarriles.
En Barcelona tres veces a la semana utilicé el renfe, en un recorrido que desde Sagrada Familia a la Universidad Autónoma, tomaba una hora de camino, una hora disfrutable y que incluso, me preparaba para ello. Salía con más o menos prisa a tomar el metro, un traslado y directo al renfe, pendiente del próximo tren que me llevaría al destino final con rutas que me dejaron conocer más la ciudad.
Hace unos meses, conocí Catania y con ella el Circumetnea, uno de esos ferrocarriles con muchos años de vida que constituyen parte de la historia de una urbe. Único en su tipo en Sicilia, Italia y sobre todo y lo que mejor recuerdo, es la conexión envolvente al día a día con los habitantes.
Existe en esta misma ciudad la Littorina, un tren que funcionó hasta los años setentas y que desde hace diez años es un atractivo turístico que se alquila para eventos especiales, haciendo de un recorrido de tres horas, toda una experiencia que envuelve la ciudad y el volcán Etna, el más activo de Europa, es decir, no es sólo una ruta de trenes que lleva y trae. La Littorina es un tren histórico.
En el Valle de Nuria, en España, la vista de los pirineos catalanes es inigualable desde los vagones de La Cremallera, llamada así por un tercer riel en medio de los principales y que es el medio de transporte entre pendientes que dan una vista verde en verano, más amarilla en otoño y completamente blanca en invierno; es la única en su tipo en la península ibérica y también la única capaz de llegar al Valle de Nuria y su santuario en un recorrido de 12 kilómetros que funcionan desde 1931.
Está claro, el tren es un transporte disfrutable y que no sólo se concentra en el movimiento, en la corriente, en la secuencia y su propio meneo, lo hace abrazando al más lejos con el más cerca. Como decía un fragmento escrito por Pablo Neruda “ Trenes del Sur, pequeños entre los volcanes, deslizando vagones sobre rieles mojados por la lluvia vitalicia, entre montañas crespas y pesadumbre de palos quemados”.
Texto publicado en Zona Lider: http://www.zonalider.com/columnas/tiempos-ferrocarril
Texto publicado en Pulso Magazine