Extraño a Tijuana. Los viernes saliendo del trabajo nunca me quería ir a mi casa, el cansancio pasaba a segundo término porque los viernes en Tijuana están llenos de vida. Extraño esa sensación de buscar la vagancia, recibir las llamadas y los mensajes de mis amigos preguntándome: ¿qué pedo, wey? ¿a dónde? ¡Y a la calle!
Extraño los tacos del Frank después de la peda, los tacos de birria de Don Pepe al día siguiente con la cruda; extraño mucho los mariscos con salsa guacamaya y un chingo de limón. Extraño los desayunos de domingo a la una de la tarde con mis amigas. Extraño enchilarme de neta, el sabor de la salsa verde, la salsa ranchera; los huevos revueltos de mi mamá, la carne asada de mi Tío Charly. Extraño el 24 horas y su caldito de res, el sushi de La Cacho. Extraño los tostilocos, los oxxos para matar la gula. Extraño la tragadera.
Extraño el olor a tortillería, las tortillas de harina, el humo de las taquerías, hasta el claxon de las calafias y los taxis, esos que tienen música, los extraño. Extraño el malecón, a los grupos norteños de la calle, los vendedores ambulantes de las esquinas; los eventos en la explanada del Cecut. Extraño acabarme la cartelera del cine. Extraño quedarme horas platicando arriba del carro afuera de la casa. Extraño ir a chacharear al sobreruedas. Extraño encontrarme gente en la calle, escuchar nuestro(mi) acento.
Extraño mucho a mis compas, el cotorreo, la carrilla, el albur. ¡Nuestra cura! Extraño decir un chingo de groserías sin pensarlas, sin filtro. Extraño ir a los compromisos sociales, a las piñatas, los XV de la vecina, la boda, baby shower, la despedida de soltera, la pedida de mano, los cumpleaños, los aniversarios, las inauguraciones.
Extraño estar al día en las noticias locales, andar en la calle, reportear… extraño sentirme en mis terrenos. Extraño manejar, llegar a la casa de alguien sin avisar, andar en chinga, discutir y arreglar el mundo con la banda. Extraño, extraño mucho a Tijuana, pero más me extraño a mí en la ciudad.